Del PRI que robaba y salpicaba al PRIMOR que no deja ni migajas: el riesgo de una izquierda tibia y fallida

Un análisis crítico sobre cómo la corrupción en Hidalgo ha mutado del viejo PRI al “PRIMOR”, donde la concentración del poder y la falta de autocrítica ponen en riesgo a la izquierda y abren la puerta a un posible giro radical del país.

J Franco

11/14/20253 min read

Crecí escuchando la frase “el PRI roba, pero salpica”. En una familia formada en valores, aquella idea siempre me pareció absurda e inaceptable. Con el tiempo, al desarrollar conciencia de clase, me hice de izquierda. Voté por AMLO cada vez que se postuló; sufrí los fraudes, celebré su triunfo y celebré la continuidad con Claudia. En Hidalgo, mi estado, también creí en la posibilidad real de un cambio profundo.

El cambio llegó, sí, pero no en la dirección esperada.

Un gobierno estatal donde nada se mueve sin “permiso”

Quienes trabajan dentro del gobierno —especialmente en áreas de compras— coinciden en lo mismo: en esta administración estatal no se deja un peso libre. Las licitaciones, grandes y pequeñas, están acomodadas para beneficiar a personas cercanas a la hija de Menchaca.

Antes, en los tiempos del PRI, al menos las licitaciones menores solían ser realmente un concurso: ganaba quien ofrecía el mejor servicio. Hoy, en el morenismo hidalguense, hasta la obra más pequeña debe pasar por el mismo filtro: contactos, cercanías, cuotas y lealtades.

La vieja frase regresa, pero con un cinismo más crudo: ya ni “salpica”.

Y aquí surge la pregunta inevitable:

¿Esto ocurre con el cobijo de la presidenta o bajo su ignorancia?

Cualquiera de las dos es una traición al pueblo que confió en el proyecto de transformación.

Más impuestos para el pueblo, cero control a los corruptos

La reciente subida de impuestos no tendría razón de ser si desde la federación se gestionara con firmeza a quienes, desde los estados, reproducen prácticas de corrupción de siempre. Antes de cargarle más obligaciones al contribuyente, se debería limpiar la casa: vigilar, auditar y cortar de raíz las redes que se enriquecen desde dentro del poder.

Pero la presidenta parece negarse a ver que la percepción ya está cambiando:

  • • Las mejoras laborales para la gente trabajadora siguen empolvándose en el Congreso.

  • • No queremos más impuestos: queremos justicia administrativa.

  • • No queremos más corruptos en el poder: los queremos fuera.

Y sin embargo, ahí están todavía los mismos personajes protegidos: Monreal, Adán Augusto, Menchaca, entre otros. La continuidad de esas figuras erosiona cualquier discurso de transformación.

Más preparatorias no son una política de seguridad

En uno de los temas más sensibles, la presidenta insiste —una y otra vez— en que abrirá más preparatorias, como si la educación, por sí sola, resolviera el problema de la inseguridad.

Ese diagnóstico es simplista y desconectado de la realidad.

Sí, la educación es fundamental, pero hoy existen jóvenes con preparatoria, técnicos, incluso licenciados, que eligen el crimen organizado porque paga mejor que un empleo legal.

¿De qué sirve abrir más aulas si las condiciones laborales siguen siendo tan indignas que empujan a miles a buscar alternativas desesperadas?

La inseguridad no se combate solo con más escuelas, sino con:

  • • empleos dignos,

  • • salarios reales,

  • • oportunidades que compitan con lo que ofrece el crimen,

  • • y un combate frontal a la corrupción que permite que esas redes crezcan.

Mientras eso no cambie, las preparatorias serán un parche, no una respuesta.

Una presidenta que arriesga la confianza del pueblo

La presidenta se ve débil, y no por falta de capacidad, sino por aferrarse a proteger a figuras desgastadas y a minimizar la corrupción local.

El pueblo no pidió continuidad decorativa.

Pedimos dignidad, justicia y un rompimiento real con el viejo sistema.

Hidalgo es hoy un espejo de esa decepción. Y aunque aún es tiempo de corregir, el rumbo exige valentía:

romper con los corruptos, escuchar al pueblo, y gobernar para quienes sostienen el país, no para quienes siguen saqueándolo desde adentro.

El riesgo de una izquierda tibia: el espejo de Argentina

La historia reciente ofrece advertencias que no podemos ignorar. Cuando una izquierda se vuelve tibia, cuando normaliza la corrupción, cuando se aleja del pueblo y cuando defiende a los mismos personajes que juró combatir, la consecuencia es siempre la misma: el descontento abre la puerta al opuesto más radical.

Es exactamente lo que ocurrió en Argentina. La gente se cansó, perdió la confianza, se hartó de que la corrupción siguiera disfrazada de progresismo, y terminó votando por un proyecto completamente contrario a sus intereses. Un Milei mexicano sería devastador para el país: rompería el tejido social, destruiría instituciones, precarizaría aún más a quienes ya viven al límite y entregaría el estado a los intereses más extremos.

Y no es exageración: si la presidenta no lo ve, si no rectifica, si no corrige el rumbo durante los años que quedan, México corre ese mismo riesgo.

Apenas va el primer año de gobierno y ya se siente la pérdida de apoyo.

Aún está a tiempo para cambiar.

Pero también queda suficiente tiempo como para terminar de decepcionarnos si insiste en rodearse de corruptos y cerrar los ojos ante el hartazgo social.

Desde Hidalgo y desde cada rincón del país donde aún se cree en la justicia, la exigencia es clara:

ojalá recapacites y empieces a actuar a favor del pueblo.