El capitalismo no “liberó” a las mujeres: reconfiguró su explotación

Por: J Franco

9/11/20253 min read

El discurso oficial celebra que el feminismo abrió las puertas de la igualdad: hoy las mujeres pueden estudiar, trabajar y ocupar cargos de poder. Sin embargo, desde una mirada crítica, conviene preguntarse si esa “liberación” no fue en realidad una estrategia del capitalismo para ampliar su dominio sobre la vida.

La tesis es provocadora: el capitalismo no liberó a las mujeres, sino que reconfiguró su explotación. Lo que se presentó como emancipación fue, en muchos casos, la incorporación masiva de mujeres al mercado laboral, no bajo condiciones de igualdad real, sino como fuerza de trabajo barata y disponible.

Roles, trabajo e ilusiones de igualdad

Los roles sociales —aunque muchas veces cuestionados— han cumplido históricamente una función de organización y complementariedad. Hoy, sin embargo, en nombre de la igualdad, se ha impulsado una inserción laboral femenina que no siempre es pareja ni equitativa. La igualdad parece buscada solo en aquellos espacios donde existe prestigio o privilegio, porque difícilmente se reclama con la misma intensidad trabajar en una mina, en la construcción o en oficios duros y mal remunerados que siguen siendo asumidos mayoritariamente por hombres.

En contraste, una parte del feminismo contemporáneo ha normalizado nuevas formas de subsistencia que el propio mercado aplaude: la venta de contenido erótico en redes sociales. Muchas mujeres lo defienden como un signo de “alto valor” y de empoderamiento, cuando en la práctica no deja de ser otra manifestación de la misma lógica capitalista: monetizar el cuerpo y la intimidad para sobrevivir en un sistema que no ofrece alternativas dignas. El resultado es paradójico: mayor visibilidad y autonomía económica a corto plazo, pero también un aislamiento creciente, dificultades para construir vínculos estables de pareja y una mercantilización extrema de la vida privada.

De un salario a dos: la familia en la trampa del mercado

En décadas pasadas, un solo salario alcanzaba para sostener a una familia. Hoy, bajo la lógica de un sistema que convierte todo en mercancía, una pareja necesita dos sueldos para sobrevivir. La consecuencia es clara: tanto hombres como mujeres deben destinar la mayor parte de sus vidas a producir y consumir dentro de una maquinaria que promete libertad, pero entrega jornadas cada vez más largas y salarios cada vez más insuficientes.

Nunca en la historia se había trabajado tanto para ganar tan poco. Y nunca la vida había sido tan cara en relación con el tiempo laboral invertido.

Feminismo moderno: ¿igualdad o división?

El feminismo de raíz histórica nació como lucha legítima contra la opresión. Pero parte del feminismo moderno, promovido desde agendas mediáticas e institucionales, parece desviarse hacia un terreno distinto: enfrentar a mujeres contra hombres, como si la contradicción central fuera de género y no de clase.

Este desplazamiento es funcional al capital: mientras se fragmenta la conciencia social entre “ellas” y “ellos”, se oculta la verdadera línea de batalla: proletariado contra burguesía. La energía que podría encaminarse a cuestionar las estructuras económicas se diluye en una guerra cultural que beneficia a quienes controlan la riqueza.

La lucha pendiente

El capitalismo se sostiene sobre una paradoja: nos dice que somos libres, mientras nos ata a un salario que apenas cubre necesidades básicas. Nos vende la ilusión de igualdad, mientras intensifica la explotación de todos, hombres y mujeres por igual.

Reivindicar los derechos de género es indispensable, pero sin perder de vista que la raíz de la opresión está en la desigualdad de clase. De lo contrario, la “liberación” femenina quedará reducida a un doble turno: producir para el mercado y sostener, además, las tareas domésticas invisibles.

Conclusión: la gran trampa de las divisiones

En realidad, la lógica es siempre la misma: dividir para dominar. Así como se enfrenta a mujeres contra hombres, también se promueven disputas entre razas, religiones, orientaciones sexuales o identidades políticas. Son fracturas reales, pero magnificadas y administradas desde arriba con un propósito claro: que la burguesía siga libre, rica y poderosa, mientras los proletarios se desgastan peleando por banderas que no tocan la raíz del problema.

Desde los espacios de poder se fabrican estas guerras culturales y se celebran sus efectos: la población dividida, distraída y defendiendo con pasión a políticos de derecha o de izquierda que, en el fondo, pertenecen a la misma clase política corrupta y detestable.

La emancipación verdadera no nacerá de esas trincheras prestadas, sino de reconocer el enemigo común y reconstruir una lucha que supere las falsas divisiones que el capital nos impone. Solo entonces la vida, y no el mercado, podrá ocupar el lugar central en la sociedad.