El espejo de la decepción
Por: Noé Rosales Cruz
11/10/20252 min read


El espejo de la decepción
Por: Noé Rosales Cruz
Hubo un tiempo, no tan lejano, en que la izquierda mexicana era la voz incansable que denunciaba las injusticias del poder. Con una mezcla de hartazgo y esperanza, se señalaban los abusos de gobiernos que parecían dar la espalda al pueblo, especialmente en materia de seguridad. Casos como los 43 normalistas desaparecidos de Ayotzinapa, la ejecución extrajudicial en Tlatlaya, los asesinatos de periodistas y la incesante plaga de feminicidios eran el combustible de una protesta que exigía un cambio radical.
Hoy, paradójicamente, el gobierno que nació de esa misma indignación se mira en el espejo de sus antecesores. Y en ese reflejo descubre lo que tanto condenó: la indiferencia ante el dolor, la justificación de la violencia y la negación de la crítica.
Resulta preocupante la narrativa oficial que descalifica cualquier cuestionamiento como “golpeteo político”. Esa postura revela no solo una alarmante falta de autocrítica, sino también una peligrosa comodidad con el poder. La promesa de transformación se diluye cuando las viejas figuras de la corrupción son recibidas como aliados y quienes fundaron el movimiento con fe en el cambio son marginados o silenciados.
Los datos duros desmienten el optimismo gubernamental. Aunque se reporta una leve baja en los homicidios dolosos en 2025, la realidad sigue siendo brutal. El año 2024 cerró con 33,241 homicidios, un aumento del 6.7% respecto a 2023, según el INEGI. La violencia contra las mujeres no cede: 848 feminicidios y 2,591 homicidios dolosos de mujeres en 2023. La prensa —esa conciencia que todo poder teme— sigue bajo asedio. Desde el año 2000, Artículo 19 ha documentado 174 periodistas asesinados, y la tendencia no se ha detenido en este sexenio.
Esa realidad contrasta con el relato de una dirigencia que presume estabilidad y satisfacción en los territorios que gobierna. En el fondo, es el mismo discurso de los gobiernos que antes criticaban: negar el conflicto, maquillar la tragedia, llamar “ataques” a las denuncias legítimas.
Lo más grave es que esa falta de humildad y la persistencia de viejas prácticas clientelares han vaciado el sentido de la palabra “izquierda”. Muchos se envuelven en su bandera sin entender su esencia. Y así, los privilegios sobreviven, las desigualdades se profundizan y las causas se diluyen.
Las cartas están sobre la mesa. Para quienes apostaron su esperanza en este proyecto, el desencanto no es ideológico: es moral. El sueño de un país sin impunidad, con justicia y dignidad, se ha quedado suspendido frente a un espejo que devuelve el reflejo del pasado.
Ese espejo no miente. Muestra un poder que se enamoró de sí mismo y olvidó a quienes lo hicieron posible.
La izquierda que un día exigió justicia hoy administra la decepción.
Y cuando la justicia se vuelve discurso y la esperanza propaganda, la traición ya no es política.
Es histórica.
