El falso dilema que cuesta la misma vida de quienes creen que la violencia se combate con violencia.
11/6/20253 min read


El falso dilema que cuesta la misma vida de quienes creen que la violencia se combate con violencia.
En el ambiente del rescatismo hay un principio elemental: no te puedes poner o poner a alguien más en riesgo por que te convertirás en una víctima a la que también hay que rescatar. En pocas palabras no se aceptan héroes y sí personas que contribuyen a simplemente ayudar.
El reciente asesinato de Carlos Manzo, alcalde de Uruapan, es una crónica de una muerte anunciada y un doloroso recordatorio de la encrucijada en la que se encuentra México. Manzo, un candidato independiente que ascendió al poder con un discurso de "cero tolerancia" contra el crimen, encarnaba la desesperación ciudadana. Apodado el "Bukele mexicano", su popularidad crecía al ritmo que prometía confrontación directa, una estrategia que, aunque atractiva para una sociedad harta, ignora las lecciones más sangrientas de nuestra historia reciente.
Es innegable que el Estado tiene la obligación fundamental de defender a sus ciudadanos y mantener la paz (cierto que el estaba cumpliendo esa obligación). La Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, en su artículo 21, establece que la seguridad pública es una función del Estado cuyos fines son "salvaguardar la vida, las libertades, la integridad y el patrimonio de las personas". La Ley General del Sistema Nacional de Seguridad Pública refuerza esta idea, buscando preservar el orden y la paz social. La frustración ante el fracaso en esta tarea es lo que impulsa la política de seguridad de figuras como Manzo.
Sin embargo, su estrategia confrontativa no es nueva y sus resultados han sido catastróficos. No necesitamos mirar más allá del sexenio de Felipe Calderón (2006-2012), cuando la llamada "guerra contra el narcotráfico" sumió al país en una espiral de violencia sin precedentes. Durante ese período, los homicidios se dispararon de poco más de 10,000 en 2006 a más de 27,000 en 2011, acumulando un total de más de 120,463 asesinatos en el sexenio. Esta estrategia no solo incrementó la violencia, sino que también dejó un saldo terrible de "daños colaterales", con miles de civiles inocentes atrapados en el fuego cruzado. La violencia como política de Estado demostró ser un acelerador de la propia violencia.
Insisto que no se niega el derecho que te defiendas. El propio Código Penal Federal contempla la legítima defensa como una causa que excluye el delito, permitiendo a un ciudadano repeler una agresión para proteger su vida o sus bienes, siempre que exista proporcionalidad. Pero una cosa es el derecho individual a la defensa ante una amenaza inminente, y otra muy distinta es erigir la violencia como la única herramienta del Estado para construir la paz.
El problema de fondo es que la violencia no es la enfermedad, sino el síntoma más visible de una sociedad profundamente herida por la desigualdad y la falta de oportunidades. Mientras existan comunidades enteras donde un joven tiene más probabilidades de éxito por pertenecer a un grupo social que había sido privilegiado sobre uno que tiene que trabajar para el primero solo con el fin de tener comida, no habrá ejército ni policía que alcance para contener la hemorragia. La prueba de que el enfoque punitivo fracasa está en las cifras globales. Estados Unidos, con una de las tasas de encarcelamiento más altas del mundo (505 reclusos por cada 100,000 habitantes), sufre de una altísima reincidencia, demostrando que castigar no es sinónimo de rehabilitar.
En el otro extremo, los países que invierten en atacar las causas sociales de la delincuencia presentan una realidad radicalmente diferente. Noruega, por ejemplo, basa su sistema penitenciario en la normalidad, la humanidad y la rehabilitación, no en el castigo. El resultado es una de las tasas de reincidencia más bajas del mundo, apenas un 20%, en comparación con más del 60% en Estados Unidos. Países como Holanda han llegado a cerrar cárceles por falta de reclusos, gracias a efectivos programas educativos y de reinserción. En Islandia, la casi ausencia de crimen se atribuye a una mínima tensión entre clases sociales, producto de una mayor igualdad.
El trágico fin de Carlos Manzo debe servir como un punto de inflexión. Su valentía es innegable, pero su estrategia era un eco de un pasado fallido. México debe decidir si quiere seguir apostando por una guerra eterna que solo produce víctimas y perpetúa el ciclo de violencia, o si finalmente está dispuesto a realizar la inversión más difícil, pero también la más inteligente: una estrategia social a largo plazo que combata la pobreza, fortalezca la educación, cree oportunidades y reconstruya el tejido comunitario. La paz no se ganará a balazos; se construirá con justicia social.
