La decadencia silenciosa: corrupción, simulación y abandono en el sistema educativo mexicano
Juan Franco
8/8/20253 min read


Por décadas, la educación en México ha sido presentada como una prioridad nacional. Sin embargo, bajo ese discurso se esconde una realidad dolorosa: el sistema educativo, en todos sus niveles, está corroído por prácticas clientelares, simulación académica y abandono institucional. Lo que ocurre en Hidalgo es reflejo de un mal sistémico que atraviesa el país entero.
En las universidades politécnicas —como en muchas otras instituciones públicas— los rectores no se eligen por mérito, sino por dedazo. No hay convocatorias abiertas, ni elecciones, ni procesos transparentes. La cercanía al poder político se ha convertido en el principal requisito para ocupar los cargos más altos, dejando fuera a académicos con trayectoria, grados y compromiso.
Un ejemplo alarmante es una universidad politécnica en Hidalgo donde el rector apenas cuenta con una licenciatura y carece de experiencia académica real. Para justificar este nombramiento, se modificó incluso el acta constitutiva, eliminando la exigencia de contar al menos con una maestría. El mensaje es claro: la institucionalidad se ajusta a los intereses del poder, no a las necesidades de la educación.
Al mismo tiempo, proliferan los doctorados “patito” en instituciones que ofrecen títulos de posgrado en apenas año y medio, sin rigor metodológico, sin investigación real, y muchas veces sin ni siquiera presencia docente efectiva. Estos títulos, obtenidos a cambio de dinero más que de esfuerzo, han logrado filtrarse en el sistema de ciencia nacional, participando incluso en convocatorias del Sistema Nacional de Investigadores (SNI).
El problema no termina en la educación superior. En los niveles básicos, la estructura educativa reproduce los mismos vicios. Un director o directora es nombrado por designación, y una vez en el cargo, puede mantenerse allí por décadas sin rendición de cuentas. Lejos de retirarse o dar paso a nuevas generaciones, muchos prefieren envejecer en el puesto acumulando favores, compadrazgos y poder.
En este contexto, los buenos maestros se apagan. No porque falte pasión, sino porque sobra frustración. Ven cómo las puertas del desarrollo profesional están cerradas para quienes no se someten, cómo se premia la mediocridad disfrazada de título, y cómo se deteriora año con año la calidad de la enseñanza.
Muchos, como es mi caso, decidimos dejar la academia —no por falta de amor al conocimiento—, sino por dignidad y necesidad de una vida profesional más justa y coherente. Hoy me encuentro en el sector privado, donde se paga mejor y se vive con menos cinismo. Pero queda la nostalgia, la herida de no haber podido hacer más por esos estudiantes que siguen en manos de un sistema que les niega calidad y les entrega simulación.
Cuando el poder cambió de manos —del PRI a Morena— muchos creímos que venía una transformación real. Pero tristemente, los rostros cambiaron, no así las prácticas. Lo que permanece es una red de poder bien tejida, donde los mismos apellidos, los mismos grupos y las mismas formas de corrupción siguen gobernando la educación pública como si fuera un botín personal.
Hoy, en pleno 2025, las universidades politécnicas de Hidalgo —como la de Pachuca, Tulancingo o la Metropolitana— siguen atrapadas en un sistema de designaciones a modo, paros estudiantiles, hostigamiento laboral y simulación académica.
Una universidad vivió un paro donde se denunciaron corrupción, abandono estructural y desprecio al escalafón docente. En otra, estudiantes y académicos exigieron la destitución de su rector por presuntos casos de acoso, tráfico de influencias y desaparición de documentos. En muchos casos, los responsables simplemente fueron cambiados de oficina o premiados con nuevos cargos.
Mientras eso ocurre, personajes que deberían estar inhabilitados siguen dentro del sistema. Ahí está J.M.R., quien fue separado como rector tras su implicación en un escándalo nacional de corrupción, y hoy funge como encargado académico en otra institución pública. O J.D.N.H., implicado en desvíos millonarios con dependencias federales, hoy absuelto y fuera del ojo público.
La Contraloría identificó al menos 37 funcionarios implicados en una de las redes de corrupción educativa más graves del país, pero la mayoría fue protegida, reciclada o premiada.
Este no es un problema individual, ni aislado. Es un sistema completo de simulación, impunidad y simulacro de meritocracia, donde las universidades forman parte de una maquinaria política y no de un proyecto educativo.
La educación en México no está colapsando por falta de talento o vocación, sino por exceso de corrupción, acomodo político y desprecio al conocimiento real. Mientras las plazas se repartan entre compadres, amantes y leales al partido, y mientras la ciencia sea desplazada por títulos exprés y simulaciones académicas, el futuro seguirá hipotecado, y los estudiantes condenados a recibir una educación hueca, dirigida por improvisados, protegidos por el poder.